lunes, 16 de julio de 2007

04.- "Testimonio de fe del incrédulo Tomás"

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Mi Diario a seis de julio de 2003.
BODA de María y Tomás. Cinco de julio de 2003.

La Boda de María y Tomás fue la celebración, el regusto, el disfrute a tope de la Fe. Se nos hizo a todos presente Jesús, y casi palpábamos su encuentro con María y Tomás.
Nunca había yo sentido tan viva mi fe. Estábamos emocionados pues Tomás, el incrédulo, “no seas incrédulo sino fiel”, realmente metió durante la ceremonia su mano en el costado de Cristo y nos dejó a todos tiritando y nadando en lo sobrenatural.
Con qué humildad pidió perdón a Dios, su Padre, por haberle abandonado y cómo se hizo de pequeño y chico ante El, por su orgullo pasado de hombre “sin necesidad de Dios”, para que Jesús creciera y creciera en la revelación palpable de su amor por los hombres y por su Iglesia.
Señor, le dijo y nos dijo, al comenzar la Misa, yo te tuve en mi casa durante mi infancia y tú habitabas feliz en ella. Yo entré en la tuya, “ven y verás donde habita”, y tú me recibiste, me acogiste, me amaste y me mimaste como si fuera Juan, tu discípulo amado. Yo dejé tu rebaño, saliendo por la puerta del aprisco que tú siempre, para respetar mi libertad sin límites, respeto nacido del amor, dejabas abierta.
Me egolatré, me creí autosuficiente, me construí mis becerros de oro, en el triunfo, en el dinero, la profesionalidad y la vida. Me monté sobre el dólar y el bienestar, el exprimir la vida y las sensaciones, todas, desde el sentirme “adorado” y “envidiado”, a amado, querido y mimado.
Y tú, con paciencia infinita, con amor inconmensurable, con esperanzas entrañables, me tendías la mano una y otra vez para que yo agarrara la tuya.
Y un día, sin quizás, porque María, tu madre y María, mi novia, que tanto cree en ti y te ama, te volviste a cruzar conmigo y al bajarte de la carroza del Rey, recuerdo cada palabra de la parábola que nos contaron en cursillo el día del Sacramento, mientras yo estaba en el barro y me creía en lo alto de un hermoso alazán, me tiraste del caballo.
Sí, es verdad. Dios se cruza muy fuertemente dos, tres o más veces en el camino de nuestra vida. Se hace el encontradizo con nosotros y nos llama por nuestro nombre.
“Tomás, Tomás, ¿por qué me abandonas? ¿Por qué me olvidas? ¿Porqué en vez de seguirme en el camino del amor me persigues en el camino de la soberbia, el orgullo, la presunción, el engreimiento, el endiosamiento, la altivez y la petulancia, creyéndote autosuficiente y baladronándote de tu inteligencia y valía?
Aquí estoy, ya sé, que en el barro. ¿Quién ante Ti, mi Dios, Creador y Señor del Universo, no es más que un indigente pordiosero y miserable mendigo?
He de confesar ante todos vosotros y confieso, con corazón sincero y alma limpia, que aunque mi inteligencia se negaba a admitirlo, mi razón me hacía aceptar a Dios como mi Padre y a Jesús como el todo de mi vida.
Aquella tarde de la fe en el Cursillo te cruzaste conmigo con tal fuerza, me tendiste tu mano con tanto ahínco y tanto estirar tu brazo hacia la mía, tus dedos anhelantes de tocar la punta de los míos, que dejaste mi corazón descolocado, mi alma en vaivenes y mi razón en el balancín de la cuerda floja.
Se resistía todo mi entendimiento con argumentos y razones pero sin razón.
Ya te dije que dormí mal, soñé que me iba a pique en el mar de la vida y que gritaba desaforadamente “sálvanos que perecemos”. Apareciste tú en medio de las aguas procelosas y heladas de mi vida y me tendiste, como lo habías hecho ya aquella tarde, tu mano hacia la mía.
Yo sé que te agarré fuerte y que desde entonces dormí tranquilo.
A la mañana siguiente mientras conducía en el coche a la oficina me encontré tatareando. “Mirad y ved, que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a El”
¿Pero no era ese el canto de la Misa de mi Primera Comunión mientras niño, confiado e inocente, entregado, me acercaba a Ti por primera vez?
Quiero vivir la fe en Jesús en comunión con María, hoy mi esposa, durante el camino de vuelta a la Casa de nuestro Padre por la vida, y quiero que sepáis, mi familia, mis parientes y mis amigos, que creer en Jesús es el mayor don que Dios puede hacernos en nuestra existencia, y que vivir con El y para El, vivir en cristiano y como cristiano, con talante de seguidor de Jesús y de su Evangelio, el mayor regalo al hombre de hoy y de siempre.
Creo, Señor; creo, Señor; creo, Señor. Y mi mayor alegría es compartir con vosotros mi fe en Jesús, que se hará una sola fe en Dios Padre con la fe en el Espíritu Santo de María, hoy por su amor, mi mujer.
Después del Evangelio, Don Matías, se volvió a nosotros y abriendo sus brazos con el sabe hacerlo, que parece que nos va a abarcar y abrazar a todos, nos dijo: Nada debo añadir yo a las palabras de Tomás y al asentimiento cayado a ellas de María.
Si ellos fundamentan su matrimonio en Padre Dios, en la piedra angular del Señor y en el soplo divino del Espíritu para que los aliente y les haga vivir el amor en plenitud, si Dios está con ellos, ligado a su amor con su amor en alianza, ¿quién podrá destruirlos?
El Sacramento del matrimonio se fundamente solo en el amor y el amor verdadero y fiel solo se fundamenta en Dios, y en el Amor de Dios.
Su matrimonio así será indestructible. Y Dios caminará cada día con ellos. Y nosotros todos deberíamos caminar con ellos, y viejos, menos viejos, jóvenes y por casarse, pedirles que nos participen su alegría, su talante al vivir y su fe. Que así sea, para todos.
Yo hoy, cuando rece el Credo, le voy a decir al Señor: Creo y quiero creer con la fe de Tomás y María, en Dios Padre, Todopoderoso, Creador y creo con Tomás y María en Jesús, nacido del vientre de la chiquilla María, por el poder y el amor del Espíritu Santo. Que murió por mí y por todos los hombres y que resucitó, resucitó, para caminar con nosotros y con María y Tomás, por el camino de Emaus. Creo con Tomás y María en la Iglesia, que sois vosotros todos mis hermanos, en el perdón de todos los pecados y debilidades, por el amor hasta la muerte en Cruz de Cristo, el Salvador, y en la vida sin fin, tras la resurrección de la carne, en la Casa de Dios Padre, con María y Tomás y todos los hermanos, junto a la Virgen, la Madre del Señor.
Aquí tengo que terminar hoy de escribirte, querido Diario. Pero el regusto, el paladeo, el saborear, “sapere”, de mi fe y nuestra fe este día será un vivencia en plenitud todos los días que le resten a mi vida.
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