domingo, 15 de julio de 2007

22.- "He de casarme. Pitusa está embarazada"

EL AMOR NO ES MIEDO AL QUE DIRAN.

Mi Diario a quince de noviembre de 2003.
"He de casarme. Pitusa está embarazada"

entrada.


Mi Diario. REUNION del uno de noviembre de 2003.

EL AMOR NO ES UNA CONSECUENCIA DE LOS HIJOS.


Carta de Rai.
“He de casarme. Pitusa está embarazada”
Una consecuencia de los hijos.

Carta de Rai a Carlos. (dada para preparar la reunión)

Pitu, Pitusa, como le llamamos todo el grupo, era y es una chica buena. La habían formado, casi interna, en un Colegio de Monjas en Palma Capital, cuya Madre Superiora era su tía, hermana de su padre, y de ahí a el catecumenado de Confirmación en la Parroquia, y de ahí a los Grupos de Vida y Acción Social. Era una activista cristiana mística y feliz.
En esos Grupos la conocí. Ibamos a todas partes juntos. Planeábamos todas las acciones juntos, desde sus dieciséis y mis diecisiete años. Su teléfono sonaba todas las noches para concretar “mañana” cuando habíamos estado toda la tarde juntos. Me era necesario antes de poderme dormir, decirle “buenas noches”.
Un día un amigo del grupo me dijo: Rai, eres tonto. Bueno me llamó “gili...”, Pitusa se muere por tus huesos. Está enamorada de ti hasta la médula. No ve sino por tus ojos. Y hay algunos buitres rondándola.
Aquella noche, tras las buenas noches, no pude dormir. Descubrí no sé si con espanto, con temor, con temblor, o con alegría y felicidad que yo también la amaba hasta lo más profundo de mis entrañas. La tarde siguiente fue horrible. Ella hablaba, planeaba, decidía y yo estaba callado y en Babia. ¿Qué te pasa, Raimundo? Cuando estabamos solos y quería darle un aire de confabulación e intimidad a la conversación me llamaba Raimundo y no Rai como todos. Nada, nada, le decía yo volviendo a la realidad desde mi abstracción enamorada. Nos despedimos como siempre con un beso en la mejilla en la puerta de su casa, yo la acompañaba siempre y ese paseo era una delicia, pero sentí en sus labios un calor y una presión mayor que los demás días. Un beso más fuerte.
¿Quizás ella había intuido algo en mis silencios? ¿Quizás me daba una señal o una pista para que hablara? ¿Quizás ella estaba descubriendo algo dentro de ella? Y aquella noche su teléfono no dejó de estar comunicando casi hasta las doce de la noche. Porque pasó su padre por la Sala y besándole en la frente le dijo: Pitusa, ¿todavía, aquí? Tengo que colgar, Raimundo.
Todo fue muy sencillo. El parte de actividades me lo dio sin inmutarse, como cada día.
Pero cuando yo le dije “Buenas noches” me preguntó. ¿Buenas noches, nada más? ¿No tienes que añadir algo como lo tengo que añadir yo?
Buenas noches, amor. Hubo un suspiro, una pequeña pausa, que me pareció una eternidad, un silencio comunicativo y elocuente, casi un grito, creo que para calmar su alocado corazón.
Sí, Raimundo. Buenas noches, mi amor.
Creí que el mundo ya no se movía. Que el tiempo se había parado. Que mi vida estaba empezando de nuevo. Sentí que la felicidad existía. E-XIS-TI-A. Estaba allí al otro lado del teléfono. Y nos disparamos los dos. Nos quitamos la palabra cien veces para decirnos todo lo que nos amábamos. Cómo habíamos podido vivir tanto tiempo estando ahí nuestro amor y nosotros sin saberlo. Todo lo que te diga, Carlos, es poco y nunca se parecerá a la realidad.
Los meses siguientes fueron “el cielo.” El beso de cada tarde-noche era un ritual de caricias, afectos y palabras amorosas. Yo sentía su amor en cada partícula de mi piel. Con el tiempo, de la confianza pasamos a la intimidad, de la intimidad a la intimidad más intima. Jugamos como dos niños sin experiencia y sin malicia, con amor, con pasión y con deseos desbordados y el camino se hizo cuesta abajo, ¿o cuesta arriba?, muy deprisa.
Nuestro cariño nos parecía o era tan limpio, que nada podía mancharlo y tan profundo, que no debía tener fronteras. Y casi sin pensarlo ni darnos cuenta desaparecieron las del cuerpo y las del sexo. Sin más precauciones que nuestra candidez, ingenuidad y limpieza. Cualquier precaución nos hubiera parecido torpeza y malicia.
Un día, muy asustada, me confesó que no había dormido en toda la noche. No le había venido la regla y ya se habían pasado cuatro o cinco días, a ella que era un reloj en la regularidad menstrual. Los días de rigor, nunca más ni menos.
Me salto el periodo de zozobras y de intranquilidad que vivimos aquellos días. El decírselo a su madre. El enterarse su padre. La decisión inquebrantable de Pitu de no abortar. El apoyo unánime de sus padres y familia. Los largos días de espera hasta el parto.
Pitusa no quiso casarse de ninguna manera. Se negó rotundamente. Acaso si ella y yo seguíamos deseándolo meses después de nacer el niño. Antes, no.
Sus padres no solo le apoyaron en su decisión sino que me liberaron completamente de la obligación de casarme con ella. No había nada que reparar ni que restituir ante nosotros mismos ni ante la sociedad. El embarazo fue un acto libre de los dos, y por tanto responsabilidad de los dos y nunca mía sólo. Mi futura suegra, si Dios quiere, me acogió como a un hijo sin reproche alguno.
El matrimonio, me dijo Pitu, NO ES UNA CONSECUENCIA DE haber tenido HIJOS, en una pareja que convivan, ni de un embarazo no deseado ni buscado. Es un deseo de la voluntad de vivir todos los días de la vida al lado de la persona amada, haya o no niños, para amarse mutuamente y compartir la vida. La maravillosa aventura de la vida. Añadió. El matrimonio es una decisión de dos, varón y mujer, y nadie sino solo ellos, jamás el hecho de tener hijos, pueden decidir. Y debe ser una decisión de amor. Solo de amor y de amor mutuo.
Que teníamos que esperar para ver si ese deseo y voluntad seguía vivo y firme tras venir el niño.
Terminaré. Nos casamos y somos muy felices los cuatro. Tras Asunción, como su abuela materna, ha llegado Salvador, como su abuelo paterno.
Un abrazo fuerte, Rai.

CONCLUSION DEL TEMA:
EL AMOR NO ES UNA CONSECUENCIA DE LOS HIJOS.

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