domingo, 15 de julio de 2007

23.- "La Providencia se llama Calcuta"

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Mi Diario REUNION a quince de noviembre de 2003. Sábado.

EL AMOR NO ES UNA CUESTION DE SUERTE O AZAR.

“La Providencia se llama Calcuta”
Suerte o Azar.

En la reunión Carlos nos cuenta esta “experiencia de vida”.
Gonzalo Ramírez Díaz es hijo de un amigo íntimo de Carlos del Colegio, Julio Ramírez Cuvillo.
Así empezó la Reunión Carlos, ayer, tras una breve oración al Espíritu Santo, que Magdalena reza siempre de rodillas. Era novio de Alejandra, continuó, una niña deliciosa y encantadora, delgadilla y tiposa, no muy alta y llena de vitalidad y deseos en todos los poros de su piel.
Empezó a trabajar en una Inmobiliaria tras terminar Turismo, y un fin de semana invitó a Gonzalo a un apartamento que habían alquilado una amiga íntima suya Mary Jose, en “Los Caños de la Meca” una playa preciosa al pie de un acantilado comido por el mar, en la costa gaditana, y que en su último tramo es tan estrecho que apenas se puede pasar en marea alta. Un manantial arriba crea una cortina de agua dulce que llueve con gotas gruesas y continuas sobre la arena de la pequeña playa y se entierran en ella formando unos círculos que la engullen.
Gonzalo estaba dispuesto a ir con las dos, Alejandra y Ana Rosa y su novio, pero dos días antes al recoger a Alejandra en su coche, ésta ardiente y apasionada empezó a divagar o a insinuarse de cómo lo iban a pasar juntos toda la noche los tres días.
Gonzalo ni es marica ni tiene miedo a las mujeres, ni es un chico frío y calcular, sino todo lo contrario, tan vehemente o más que Alejandra. Pero tiene inculcado por su madre y respaldado por su fe, un respeto profundo a su propia hombría, que sabe no es dejarse llevar por el instinto o el placer, y a la dignidad de toda mujer, y muy marcadamente a la dignidad de Alejandra como persona, por el inmenso cariño y amor que le tiene que no le permite aprovecharse de ella aunque ella en algún momento se dejara o quisiera por debilidad.
Yo sé que esta aptitud muchísimos jóvenes de hoy la tomarían como de tonto, bobo y medio maricón.
Que incluso muchas chicas hoy pensarían que es imbécil o idiota si no aprovecha el chollo. Pero quién es creyente, cristiano y practicante y lleva su fe a sus convicciones y principios, a su corazón y a su vida, a sus acciones y obras, sabe que el cuerpo del que ama a Dios, es Templo del Espíritu Santo y que el don del amor de Dios, la gracia que santifica, la lleva en vaso frágil de barro.
No fue el temor a entregarse, todo su cuerpo y su alma se lo pedía en el amor a Alejandra, ni el miedo a dejarla embarazada o al compromiso que esa entrega podría crear entre los dos.
Fue un inmenso y firme amor, limpio y cristalino, que estaban por encima de sus deseos y pasiones que estaban como una caldera a punto de explotar. Él sabía que puesto en el disparadero al ofrecérsele Alejandra no habría fuerza humana que le detuviera. Si la rechazaba humillaría a Alejandra en lo más vivo de su feminidad y si no la rechazaba en lo más íntimo de su dignidad, creando no unión y amor, sino un resquicio de dudas y reproches posibles que ya habrían empezado a romper su pareja.
No fue. El enfado, léase cabreo con muchas mayúsculas, de Alejandra, que ya se relamía de gusto y de placer fue enorme.
Durante una semana ni quiso verle ni cogió el teléfono, pues Gonzalo quería amorosamente arreglar dialogando en tema y explicarle su postura como signo de amor hacia ella.
Alejandra empezó a pasear en la grupa de la Vespa de Alberto, un compañero de trabajo que hacía tiempo se le derretían los huesos por ella, y a llevarla a casa, al salir cada día, para que no fuera en autobús.
Aquello no podía durar así. Gonzalo por lo enamorado que estaba le dolía como un aguijón que Alejandra ni se respetara a sí misma, ni fuera leal a su noviazgo ni le diera ninguna explicación a él.
Un día que desesperado pasó por la puerta de casa de Alejandra, cuando sabía que volvía de la oficina la encontró despidiéndose del “vesposo” con un hermoso beso en los labios y muy abrazaditos.
No volvió ni volvió a coger el teléfono pues ahora era ella la que le llamaba.
A los tres o cuatro meses de la ruptura, tres o cuatro meses de desesperación y llanto, tirado por todos los sillones y sofases de su casa, sin hablar, con los brazos caídos y las manos rozando el suelo, los ojos idos y acuosos de lágrimas, lágrimas de dolor, de amor roto, de cariño traicionado, de esperanzas vacías, llegó el verano y las vacaciones.
Cómo llenar la vida, el tiempo y el ocio, sin compartirla con Alejandra, difuminada ya un poco en el tiempo y el desengaño.
Vete al Puerto con tus primos le dijo su madre. Así con los primos se le iría pasando el dolor y en enfado.
Mis primos, madre, están ya todos casados y tienen mujer e hijos. Ya no hacen vida de solteros y allí me voy a aburrir como una ostra, amén de parecer un bicho extraño.
Dos o tres días después Doña Mercedes, que no hacía más que pensar de qué podía su hijo llenar el coco para que olvidara a Alejandra, le dijo: Gonzalo, prepara un viaje a Calcuta a ayudar a la Madre Teresa y sus enfermos. Eso te llenará el alma y la mente y te hará ver mejor que el noviazgo es un periodo de prueba y una prueba puede sacarse con sobresaliente o suspenderse. Y aquí Alejandra ha suspendido, gracias a Dios, antes de casaros. ¿No es así mejor? ¿Qué hubiera sucedido si vuestros desacuerdos sobre las relaciones en el sexo y la fidelidad saltan después del matrimonio? Y si tú hubieras cedido, ¿la herida en el alma hubiera cicatrizado o cada vez se hubiera abierto más?
Gonzalo partió en avión a Francfort, de Francfort a Delhi y de allí en tren a Calcuta y la Casa de la Madre Teresa.
Aquello era un mundo que no era mundo. Casi tres millones de personas viven, duermen, se lavan, comen, hacen sus necesidades, y vuelven a dormir en las calles.
En las calles viven y mueren.
Otro día cuando reflexionemos sobre la pobreza en el mundo que vivimos, lo trataremos con más detalles.
Hoy solo debo destacar que Gonzalo se apuntó, aunque allí nadie apunta ni lleva listas a la casa de Caligan, la casa de los moribundos. En ella no se cura a nadie. Se les lava, se le limpian las heridas de sangre, pus, o costras, se le da un lecho con una sábana sacada de unos grandes calderos de agua hirviendo tras secarlas y se les acompaña en la hora de morir. A nadie se le predica y se deja morir a cada uno en paz en sus propias creencias. A Gonzalo se le murió un anciano que no sabía una palabra de inglés y al que sólo le pudo apretar fuerte la mano y sonreír cuando estaba expirando. El también le miró con una débil sonrisa de agradecimiento por morir acompañado, con dignidad y con cariño en vez de en la calle y solo.
Por las mañanas a las cinco en su pequeño, sucio y barato hotel, se tocaba diana. Luego a las seis a la Casa de la Madre Teresa, a oír misa. La Madre, ya en su silla de rueda, las hermanas y las novicias. Casi doscientas. Una hora de oración. Un bollo, un plátano y un té, eran el desayuno. Comida y cena por su cuenta.
Al terminar de desayunar cada uno iba a donde quería. En el autobús que le llevaba a Caligan a conoció una chica de Barcelona, Montserrat, Monse, que iba a cuidar a los niños pequeños y que había dedicado ese verano a ir a Calcuta. Ella conocía a las Hermanas de la Caridad porque en Barcelona las ayudaba a la salida del trabajo y los domingos en un comedor que tienen para necesitados. Monse es dentista y trabaja en una clínica en Barcelona con otros médicos.
Cada mañana la buscaba con la vista en Misa. Monse estaba totalmente recogida y concentrada en la oración. Pero su fe y su amor a los demás se le reflejaban en la cara.
Tras una experiencia con un casi novio, o novio entero, se dio cuenta que su vida no era para unirla sino a un hombre que pensara y sintiera como ella. Necesitaba a alguien con quien compartir todo en la vida, pero también la fe viva y los Sacramentos, desde la Eucaristía, a vivir el del Matrimonio, cuando se casara pues tenía muy claro que Dios no la llamaba para la vida consagrada.
Charlaron algunas veces pues Gonzalo se hacía el encontradizo en el trayecto común. Ella se bajaba antes. A él le costaba trabajo concentrarse en la oración y no mirarla tan en silencio e interiorización. El se dio cuenta que Dios le había puesto en su camino la mujer de su vida. En Calcuta, a miles de kilómetros de Cádiz, a miles de kilómetros de Barcelona, por el azar, ¿el azar? De haber los dos decidido ir a Calcuta ese verano, la única vez en sus vidas, buscando la paz y la voluntad de Dios, para su porvenir, y allí está ella como esperándole y sin saberlo.
Volvió enamorado. Pero su timidez hizo que no quedara en nada con ella. Si se dieron las direcciones por si iba a Barcelona conocer la Casa de las Hermanas de la Caridad.
La Madre Teresa moría cinco días después de venirse ellos de Calcuta.
Ella le puso unas letras, sin imaginarse siquiera porque ni por asomo se le había pasado por la cabeza, que estaba escribiendo al amor de su vida y al compañero que Dios le había preparado desde la eternidad para que juntos volvieran a la Casa del Padre.
Estas letras él las interpretó como una señal de la Providencia. Y ni corto ni perezoso se fue a Barcelona. Monse se quedó admirada. ¿Qué hace este chico de Cádiz a mil kilómetros de allí y a qué ha venido a verme? Insistió Gonzalo y dos semanas después volvió a Barcelona. Fueron a ver a las Hermanas. Pasearon por Barcelona. Oyeron Misa juntos. Y quince días después Gonzalo volvía para verla. ¡Qué pesado!
Pero un gusanillo le iba royendo el corazón y por el agujerito se iba metiendo el cariño, la delicadeza, la caballerosidad y hasta la fe de Gonzalo.
Quedaron para verse en Granada, en la Sierra e ir a esquiar juntos. Fue también el hermano pequeño de Gonzalo y fueron cuatro días deliciosos.
De ahí a decirle sí fue un periodo corto de reflexión anhelante. El volvió veinte días después y se fueron casi en peregrinación por los pueblitos del sur de Francia, ya de novios.
Y para Adviento prepararon la boda, sencilla y emotiva donde el Sacramento fue el centro y la vida, y tras el una muy agradable cena en forma de cóctel en el atrio del Monasterio.
Hoy son una pareja feliz, que comparte fe, oración, alegrías, cuatro hermosos hijos con los que rezan juntos cada noche ante una estatuilla de la Virgen y como toda pareja humana, trabajo, sufrimientos o enfermedades, ilusiones y todo lo que la vida hace vida y lo que el amor hace amor.

COMENTARIO:
¿Es esto suerte, azar o simplemente providencia? terminó Carlos.
Mañana, querido Diario, te cuento, la reunión que fue maravillosa. Nos salían las palabras a borbotones. Nos quitábamos la palabra unos a otros de la boca. María, que hacía de modeladora, sufría y tenía que imponerse para poner orden.
José Carlos y yo sabemos muy bien y así lo dijimos, que Dios y sólo Dios ha cruzado entrecruzado y al fin unido nuestras vidas.
Qué hermoso es saber y saborear que Dios creó a José Carlos para mí y desde toda la eternidad yo fui pensada por Él como el proyecto de mujer que iba a encajar perfectamente en su vida, para amarle, respetarle y hacerle feliz y si Dios quiere, si está en su designio, darle a Dios y a José Carlos los hijos, hijos de Dios e hijos nuestros, que le amen y le sirvan.
Un abrazo fuerte, José Carlos. Yo también te encontré en nuestra Calcuta. También la Providencia cruzó nuestras vidas y las unió fuertemente desde aquella maravillosa mañana en el Roque Nublo, en que me entregaste las nueve rosas rojas más hermosas de mi vida.




CONCLUSION DEL TEMA:
EL AMOR NO ES UNA CUESTION DE SUERTE O AZAR.

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